No sé, había que aprender de una vez a hacer las cosas como
tenían que ser hechas. Aprender a parar cuando las cosas se deslizaban de los
dedos, a poner los límites donde tenían que ser puesto. Había, al fin y al
cabo, que pasar página. Y ya no solo por ti, si no por mí. Porque me ahogaba
recordando, porque más de una vez creía que si avanzaba, que si seguía
escribiendo la hoja, yo misma caería, cesaría mi cuerpo y mis articulaciones se
pararían. Ya que si pasar la hoja significada un nuevo libro, no había problema
alguno. Creía, bueno, quería creer que este trajín de personas apodado mundo no
se reducía a un papel fino, un filtro y tabaco, que había algo jodidamente
extraordinario que me estaba esperando para completar mi pecho vacío. Confiaba
en que si podía conmigo misma cada noche, con la soledad a mi derecha y
compartiendo parte del corazón con la oscuridad, pasar página tampoco podía ser
un reto muy difícil. Me perdía tanto entre el Sol de la mañana cada amanecer,
que perdía el corazón y me daba por componer. Que tan sola en esa silla los
versos parecían más fáciles de exprimir de mi cabeza, ya que la soledad ayuda
en gran parte. Ni me atrevía a afinar las cuerdas de la guitarra porque suponía
un desafío entre ese instrumento con curvas y yo. Así que estaban las cuatro
paredes y la banqueta para ayudar a perderme, a aprender a pasar página. Si
tornar el folio implicaba avanzar, ¡adelante!
LLM
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