A lo mejor es que esto consistía en tener un criterio,
en tener unas prioridades y saber fijarlas bien, porque si no, todo caería, y
yo ya no tenía ganas de usar más superglue. Y ese era el principal problema,
que yo no sabía que criterio usar para poner las prioridades, si esto del pecho
o esto de encima de las hombros, no se si tenía que ser cerebral o emocional o
ser yo, pero ser yo implicaba la catástrofe y yo no podía permitirme más
desastre. Y en parte, y aunque costara sobreponerse, creía en esto. Creía que
los problemas eran algo puntual ya que no hay mal que dure 100 años, y creía en
que con una sonrisa la vida era más fácil, y no me equivocaba. Creía que sabía
caminar por mi sendero cuando solo me topé con piedras aunque, al final del
todo, aprendí a esquivar, que creía que el mundo nunca podría conmigo, que era
yo contra el mundo y así sigue siendo, que confiaba en que si existía un fondo
nunca le tocaría, y lo peor es que he llegado a el más de una vez. Que creía
que si confiaba en mi mismo las cosas se pondrían a mi favor ¡y cuánto me
equivocaba! Que sabía que no todo era blanco o negro, que existía el gris, que
a mí o todo o nada pero nada de medias tintas, porque aunque haya gris, no me
gusta demasiado. Y creía, ya por último, que fijando unas prioridades la vida
podría llevar a ser un lugar jodidamente maravilloso, y lo peor de todo es que
lo es, que son las personas las que lo hacen un lugar jodidamente infernal. Y aun
fijando unas prioridades yo tampoco podía aislarme de la humanidad
confiando en que así la felicidad me abriera su puerta y me saludara con una
sonrisa porque las cosas no eran así. Que clavando en el corcho la lista de
prioridades me dí cuenta que la más importante era: "Ponte en el lugar del
otro".
LLM
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