Era de esos que vivían en la rutina porque pensaban que si
salían de ella su vida se desmoralizaría con una palmada de perdición. Nunca
supo fumar, tosía y entonces expulsaba todo el humo y se enfadaba por haberle
echo intentarlo pero era perfecto cuando la rabia le invadía.
Hacía que en su boca mis estúpidas historietas sonaran casi
igual de bien que El Quijote.
Tenía esa forma de pasar delante mio que tan cerca me hacía
sentirme de él, y es que aunque no lo pareciera lloraba, y sufría y tenía unos
sentimientos, pero fue tan hipócrita que nunca los exteriorizaba solo conmigo,
haciendo que así yo me sintiera especial y algo afortunada.
Y sus lágrimas derramaban mucho más dolor que todas las que he
llorado yo en toda mi vida, y sus sonrisas expresaban más falsedad que los
billetes de 3 euros.
Pero dolía,
dolía verle sufrir todos los días, era como una especia de chincheta que se
clavaba en mi corazón y hacía que poco a poco expulsara sangre pero siempre en
secreto para que entonces él no sufriera más.
Nunca se quejó, cosa que realmente admiró y fue fuerte hasta el
último suspiró, pero se cansaba, yo
lo notaba, notaba como cada vez le costaba más tener su
vida a cuestas, notaba que le dolía sonreír cuando quería
llorar, notaba como esa miraba tan profunda se hacía
con mi conciencia y la mantenía intranquila.
Y poco a poco se moría, y no podía hacer nada para
remediarlo solo ver como todo lo que construimos desapareció, solo me quedo la
chincheta clavaba pero no en el corazón si no en el alma, y los recuerdos me
mataban todos los días y me empecé a dar cuenta que me estaba convirtiendo en
un replica de él.
Así que me tiré al vacío, ¿que podía perder? ¿mi vida? Daba igual, no podía perder nada
porque no tenía nada.
El abismo me ganó, una vez más pero esta vez es la definitiva,
no voy a volver.