"Tan
convencido estaba ya de que no era la hora más adecuada para abandonar mi cama
y dejar que la soledad del metro llegara a mis poros, tan convencido estaba ya
que lo hice. Y aquel asiento tan descolorido y aquella mujer tan extremadamente
viva. ¡Quién pudiera ser anillo para rozar sus delgados dedos! ¡Y quién pudiera
vivir 100 años más para compartirlos con ella! Y levantó la cabeza. Nuestras
miradas se fundieron y yo no quería perder sus ojos cuando en ese momento solo
me sonrió y dijo: "Bonita camisa." ¡Qué podía hacer con ese trozo de
tela sino era tirarlo al contenedor o dejar que lo heredara mi hermano o yo que
sé! ¡Qué podía hacer sino quitármelo y dárselo a ella diciendo: "Todo
tuyo."! Y solo sonreí y mi boca escupió: "Gracias, supongo." E
hizo la típica mueca de respuesta inesperada, que ni yo me esperaba, que nadie
en el metro a las 1 de la mañana se la esperaba. La típica mueca que ella hacía
y se la arrugaban los mofletes, las cejas se la arqueaban y su cara parecía La
Gioconda de Da Vinci, con todo un enigma en esa sonrisa. Mientras que yo solo
parecía un turista del Louvre embobado, separado unos seis metros de su boca y
haciéndome el desinteresado, diciendo que aquello no era para tanto. ¡Pero
claro que lo era! Era para tanto y para más, era para dejar allí mi cuerpo
observando sus movimientos y volver en unos años cuando ya estuviera dispuesto
a mirarla sin sonreír. Era para esperar después de cada fin de semana el lunes
sabiendo que las 00:54 cogería la tercera parada de la línea M. Era
para estar allí, a oscuras en un metro y que con ella todo pareciera un soleado
día de primavera.
Y de repente aquel
tubo de metal sobre ruedas se paró, me sonrió y ahí supe que sería la última
vez que compartía su mirada. Supe que era afortunado por haber disfrutado
durante años de los lunes en la línea M, que era más que los demás solo por
verla 15 minutos a la semana y no mediar palabra. Que la línea M se había
convertido en mi adicción."
LLM